Por Nadia Polanco
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Correr me ha enseñado lecciones de la vida que no hubiese aprendido en ningún otro lugar de forma tan simple y haciendo algo que me gusta, que al mismo tiempo, me hace ser mejor cada vez que lo hago.
Me enseñó a ser disciplinada. Y es que para llegar a cualquier resultado es necesario seguir reglas de forma constante. Si dejo de correr o lo hago de forma desorganizada nunca obtendré los resultados a los que aspiro.
Me enseñó a ser paciente, porque correr es un proceso que varía de persona en persona, y si soy disciplinada los resultados llegarán en un tiempo que tengo que esperar sin querer acelerarlo. Corriendo no existe atajos, ni fórmulas secretas o pastillas mágicas, los resultados dependen del proceso de entrenamiento, mientras más fuerte te hagas entrenando más tiempo disfrutarás de los beneficios de correr.
Me enseñó a pasar los momentos duros, los que creo que estoy estancada, los momentos dolorosos o de casancio sabiendo que si no me detengo llegaré a mi meta, fortalecida y victoriosa.
Me enseñó que en la vida hay momentos en que vas en planicies, que muchas veces te sientes tan bien y cómoda, dando las cosas por sentado, pero cuando miras el reloj te das cuenta que has bajado el paso, que has dejado de esforzarte.
Me enseñó el sentido del compañerismo, a disfrutar las victorias de los otros como si fuesen mias, a extrañar al que se aleja, a sentir el dolor de la lesión ajena.
Me enseñó determinación porque yo fijo los términos de mi correr, mis distancias, mis carreras, mi paso, mis horarios.
Cada día para mi, correr es una epifanía, pues siento esa profunda realización del logro, en el cual esos deseos escondidos en mi corazón me hacen darme cuenta de que lo imposible es un mito y lo difícil encuentra siempre tiene solución, e irremediablemente me doy cuenta que es cosa de Dios, porque sólo a El se le ocurriría en medio de mi correr llevarme a sentirme asi.