Por Nadia Polanco
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Hace más de dos años paré de entrenar, empecé a correr sin planificación, sin metas. Dejé de mejorar, incluso se hizo cada vez más difícil mantener los pasos de carreras que hasta ese momento había conseguido, incluso los más simples.
Hace unos meses recomencé con un plan de entrenamiento, mi meta es sentirme cómoda corriendo con los ritmos que corría antes. No ha sido fácil, pero como todo en la vida, esa dificultad lo ha convertido en un reto.
Yo soy de las que les gusta entrenar, me gusta más que las carreras. Una carrera para mi es simplemente la culminación de un entrenamiento, y al hacerla estoy preparada para seguir entrenando para una nueva meta.
Ahora en este recomienzo, donde salgo cada día con una planificación de lo que voy a hacer, me estoy concentrando en pequeñas metas diarias. Alcanzar lo que planifiqué para ese día. Este proceso me hace llegar cada mañana a casa diferente. El proceso ha sido lento, correr se trata de tener paciencia, ser disciplinados, constantes y confiar en ese proceso.
La paciencia se reduce a no querer resultados instantáneos, a esperar y continuar. La disciplina me hace levantarme cada mañana a hacer lo que quiero hacer. La constancia mantiene mi voluntad inquebrantable y continua. El entrenamiento me cambia, cambia mi cuerpo, mis sensaciones, incluso cambia mi forma de pensar.
Sí, eso es lo que me gusta de entrenar, cada día al terminar siento que ha habido un cambio que me ha llevado a la meta de ese día. Cada semana lo que escribí con lápiz puedo borrarlo y reescribirlo.
Lo que en un inicio fue difícil cada vez resulta más gratificante. En cada entrenamiento voy dejando esas capas de "no puedo" "imposibles" y surge de entre esas capas una nueva "Yo" con la voluntad de seguir cambiando hacia una versión mejorada de lo que ahora soy.