Por Nadia Polanco
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Creo que una de las preguntas que más se le hace a un corredor es ¿porqué corres?. Al instante respondemos recurriendo a lo que sentimos cuando vamos corriendo. Esa sensación de libertad, de gozo, el extasis de saber que nos superamos, la naturaleza innata de todo ser humano de querer avanzar.
Pero lejos de esas sensaciones hay un inicio, ese punto de partida que nos permite la conexión con nosotros mismos a través de cada pisada, que al unirlas en una sinfonía matutina o vespertina nos permiten correr.
Y es que correr es un acto que está unido a historias que pueden ir del llanto a la risa o del cansancio al extasis.
Hace unos fines de semana mientras corría y me encontraba con otros corredores, me percataba de sus rostros, a pesar del cansancio, todos mostraban el compromiso con lo que hacían.
Cada uno llevaba su propio paso, desconozco la distancia, de dónde venían ni sus metas y sin embargo todos habían empezado con un objetivo, que celosamente cumplían.
Inmediatamente pensé ¿porqué corremos? Kilómetro tras kilómetro me hacía la misma pregunta.
Al mirar los rostros siempre llegaba a mi la misma respuesta: libertad.
Fue cuando entendí, que si tan importante es la pregunta de porqué corremos, que estará atada a las sensaciones, y a esas historias que de tan personales son tan variadas, muy importante es saber qué nos mantiene corriendo.
En mi caso correr se ha convertido en el lugar donde encuentro equilibrio. Un refugio, donde me olvido de cualquier dilema de la vida diaria. Es ese lugar donde he aprendido a no aferrarme a los problemas, dejando que se alejen de mi o donde súbitamente encuentro su solución o simplemente reconozco su pequeñez.
Estas razones me hacen regresar cada día, recordarlas me han permitido mantener la motivación en esos momentos en que se nos hace difícil dejar la cama.
La respuesta a que porqué corro me hace mantener unidas mis metas a mis ambiciones, saber porqué sigo corriendo me permite permanecer queriendo volver a encontrarme con mis kilómetros sin pensar siquiera en una excusa para no hacerlo.
Y al terminar de correr, exhaustos y felices entendemos que correr no es una pregunta, siempre será la respuesta.